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martes, 27 de marzo de 2018

España, Maspalomas (Gran Canaria)


 
El senescal Robin, llegaba a la casa de Óscar, en Maspalomas, Gran Canaria, para reunirse con él y con Cristóbal. La eterna primavera de la que hace alarde la isla, invitaba a darse un baño de sol y de piscina. Al cabo de unas horas, pasaban al salón, donde intercambiarían información recibida de distintas fuentes.

¾    Aquí no sabéis lo que es el invierno.

¾    Sí que lo sabemos, hermano Robin. Nosotros distinguimos las estaciones, aunque no tanto como ustedes los ingleses.

¾    No me lo recuerdes que una noche me quedé atrapado por la nieve, en Bélgica y tuve que quedarme en un hostal de carretera. En la sede de la OTAN estamos calentitos, pero cuando sales de las oficinas el contraste, para un canario como yo, es infernal. ¡Pero bueno! A lo que íbamos.

¾    Si queréis empiezo yo con la información que Las Damas me enviaron. (Cristóbal los miraba esperando su aprobación) Se encontraron con dos amigos musulmanes que están haciendo el camino. Según la experta en arte y economista, los sarracenos saben de arte y su explicación de que quieren tener una buena galería en Marrakech, le es convincente. Ahora, están haciendo el camino con dos marchantes alemanes con los que hicieron muy buenas migas. Son amables con ellas, curtidos en arte y divertidos. Es todo lo que me informaron. Salían esta mañana de Oláibar, dirección a Pamplona. De momento no tengo noticias de Antonio, sé que está por el camino, porque así su GPS me lo indica, pero el no tener noticias de él, es buen síntoma.

¾    ¿Pero no mantenéis contacto a diario?

¾    No Óscar. Pueden cogernos si abusamos de ello, así que decidí que se pusiera en contacto conmigo si fuera estrictamente necesario. Antonio, sabe arreglárselas.

¾    En cuanto a los dos árabes del camino, estamos informándonos. Hasta el Gran Maestre, llegó la información que, Al Qaeda, quiere volver a atentar en Europa, como lo hizo en España y en mi país. Pero vuestro país es vulnerable y puede que atenten otra vez, y estaba vez golpeando al cristianismo. No obstante, seguimos barajando que puede ser un soldado de las Boinas Azules o afgano.  Seguimos rastreando todas las pistas.

¾    Bueno tenemos un comienzo, dubitativo pero un comienzo, hermanos. Continúen con las pistas y analícenla las veces que sean necesario. Tenemos que barajar todas las hipótesis.

¾    Me dieron los nombres de los musulmanes y los alemanes con apellidos incluidos. Intentaré que tengan más datos. 

¾    Hermano Óscar, ¿tenemos alguna información de nuestros amigos americanos?

¾    No, hermano Robin. Ayer estuve hablando con el que está al mando y me informó que desde el satélite no se ve ningún movimiento extraño. Nuestro satélite está también alerta. De momento no hay nada sospechoso.

¾    No hay que descartar, hermanos, que también puede ser una trampa y que en verdad no quieran robar la Vera Cruz o atentar en la basílica; y lo que verdaderamente buscan es alejar a las autoridades del objetivo que tengan marcado.

¾    Lo tenemos encuentra, Cristóbal. En la OTAN, ya barajamos esa posibilidad, y tanto Francia como Alemania están en alerta doblando la seguridad en sus edificios más emblemáticos. También tenemos satélites vigilando el Vaticano.

¾    Esperemos tener mejores noticias en la próxima reunión, hermanos. Ahora iré a comunicar al Gran Maestre lo que tenemos. Hermano Óscar, mantennos informados. Hermano Cristóbal, espero que estés en lo cierto respeto al sobrino de Óscar. Haz lo que puedas, con lo que tengas, en donde estés; pero siempre llévanos a la gloria, y hazlo con honor.

Pasaban el resto del día entre piscina y las terrazas de Meloneras con vistas al océano Atlántico, por invitación de una tarde apacible. Estando en una terraza, sonaban los teléfonos de Óscar y Cristóbal. Óscar debía de viajar lo antes posibles a Bruselas y Cristóbal a Madrid donde sus jefes les esperaban con nuevas órdenes. Robin, partiría a Inglaterra al día siguiente, deseando que en el nuevo encuentro fuera más fructífero. No había sido muy esperanzador, pero esas partidas inesperadas, le renovaban la confianza.

 

Francia, Saint Jean Pied de Port


 
Las cafeterías abrían sus puertas, las tahonas daban los buenos días con sus aromas de pan y bollería variada. Las transeúntes caminaban a paso ligero, con el tiempo justo, a sus puestos de trabajos, sorteando a los peregrinos que llegaban para iniciar su jubileo. Todos se saludaban deseándose un buen día, los conocidos y los desconocidos parecían ser todos uno. Saint Jean Pied de Port, era la patria de todos donde la fe ondeaba por el aire. Todos miraban al cielo pidiendo ayuda y por primera vez, Montserrat y Marina, miraban como Covadonga también lo hacía. A la parada del bus, llegaban los aromas de chocolate y churros de una cafetería que estaba enfrente, y sin mediar palabra, las tres cruzaban la avenida pasando por delante de una Ducati Multistrada, de color negro. Marina, motera experta, se detuvo a mirarla minuciosamente convenciéndose que no la cambiaba por su Reina, una Harley, Road King classic. Covadonga empujaba la puerta hacia dentro seguida de Montserrat que llamaba a Marina. Lo primero que vieron fue a un chico de unos 30 años, atlético, con una altura de un metro ochenta y cinco aproximadamente, vestido de negro, con barba de tres días y con un rostro impenetrable. Las Damas se fijaban en él, al igual que todas las señoras y señoritas que entraban.

¾    Tiene toda la pinta de motero. Esa burra, de ahí afuera, es de él.

¾    Es guapo. Qué pena que no sea mi tipo. ¡Buenos días, caballero!

¾    ¡Buenos días! (Él no movió ni un musculo de su cara; nada más que sus labios)

¾    No es guapo, es normalito lo que pasa que está moreno. Y aunque tiene unos pectorales más que aceptables, no lo cambio por mi Iyán.

¾    ¡Vamos Cova! Que puede ser tu hijo.

¾    Oye que, si las ricas los buscan jóvenes, yo también, ¡eh! Pero éste petulante se lo tiene, creído

Las risas cómplices llegaban hasta la mesa donde el joven las miraba tras una cristalera, disimuladamente. Montserrat, se levantaba para invitarle, cuando vio que pagaba a la camarera y se marchaba en la Ducati como Marina predijo. Marina, le pedía la cuenta a la camarera, llegando ésta hasta la mesa, en cuanto un cliente la dejó libre.

¾    Señoras, el chico que estaba en la barra las invitó y me dijo, que le dijera, a usted, (Con la voz titubeante, se dirigía a Covadonga) que tampoco le gusta para su padre. Que se lo tiene creído.

¾    ¡Así…! Dele las gracias si lo vuelve a ver, que lo dudo Ese hace el camino ¡pero a París! Una pregunta si me permite. ¿Tiene mapas de peregrino para la Cruz de Caravaca?

¾    No lo creo, pero preguntaré a mi jefe. Lo que sí hay es del Camino de Santiago. Esperen un momento que ahora vuelvo.

No pasaron cinco minutos cuando la camarera volvía a la mesa llevando un mapa con los pueblos que había mencionado Cristóbal y una nota, escrita a mano, en la que se leía: “Camino francés de la Cruz de Caravaca. Buen viaje.”

¾    ¿Qué pueblo está primero, Cova?

¾    Roncesvalles a unos 28 kilómetros. Comenzamos la peregrinación.

¾    No Cova. (Montserrat la miraba con ternura resignada) Ya la empezamos en Covadonga, en cuanto cogimos el coche.

¾    Si tienes razón Montse. ¡Vámonos! ¿Sabéis qué, por este camino entraron los celtas, de los que yo desciendo?

¾    Sí Cova, y Carlomagno, y los bárbaros, y los godos. Vamos que esta era la puerta para que nos domesticaran.

¾    Te recuerdo Montse, que Asturias es España y lo demás tierra de moros. Que nosotros nunca fuimos conquistados.

¾    ¡Ah sí! Entonces no eres celta eres astur. Porque los celtas eran británicos ¿No?

No hubo respuesta, pero sí, un paso ligero hacia el sur camino de Roncesvalles. Al pasar por el puente medieval, sobre el rio Nive, encauzando el camino de España, por el barrio de los artesanos y comerciantes, cuando un reducido grupo, de pensamientos tan radicales, las saludaba.

¾    ¡Hola!, Me llamo Omar Y este es mi amigo Hakim. ¿Hacéis el camino de Caravaca de la Cruz, ¿verdad?

¾    ¡Hola!, yo soy Jordi y esta es mi esposa, Sandra.

¾    ¡Hola! Me alegro de no ser la única mujer porque nosotros también hacemos el Camino de Caravaca. No es muy conocido, pero mi familia tiene mucha fe en la Cruz. A la basílica llegan gentes de todas las nacionalidades por lo que va cogiendo renombre, de lo cual, me alegro porque hace justicia a la Vera Cruz.

¾    ¡Hola! Yo soy Montse, esta es mi amiga Marina y mi amiga, Cova. Y sí, aquí nuestra amiga Marina, nos hizo una apuesta y la perdimos, así que hacemos la ruta que ella siempre deseo. Nos vamos de peregrinas, hasta su tierra para pedir nuestro deseo a la Cruz.

¾    ¿Eres murciana?

¾    Si señora. Soy huertana, y me parece buena idea hacerlo con ellas, admirando las obras de arte que nuestros antepasados nos dejaron y que tan poco valoramos. Nosotras también nos alegramos de que no seamos las únicas mujeres. Estamos en mayoría. Tres hombres y cuatro mujeres.

El camino se hacía llano con la conversación amena que entablaban Sandra, Covadonga y Marina con Omar y Hakim, y unos pasos más atrás, Montserrat entablaba conversación con Jordi, un hombre corpulento, alto y moreno.

¾    Soy un comercial que trabaja de 12 a 14 horas de lunes a sábado. Sandra tiene una tienda de todo a 1€. ¿Y por qué hacemos el Camino? Porque tardamos en tener a nuestro hijo y cuando llegó nos volcamos todo lo que pudimos con él. Le dimos los estudios que nosotros no tuvimos y lo llevaba al Camp Nou si se portaba bien. Él jugaba al futbol en un club del barrio y era bastante bueno, pero la voz se le puso grave, ¡de esas que os gusta a las chicas! y la verdad, que era muy agradable para los oídos. La profesora observó que se fijaba en todo y su curiosidad era infinita por lo que le animó a que estudiara periodismo. Siempre fue muy buen estudiante, y sacó la licenciatura siendo el primero de su promoción. Pero no contento con eso, se fue a Estados Unidos para sacar un máster universitario en artes de la comunicación audiovisual, por lo que tuvimos que emplear todos nuestros ahorros. Cuando volvió a Barcelona, nos pareció una magnifica inversión. Ya hablaba con dominio el inglés y el francés como su fueran sus idiomas natales como el catalán o el castellano. Al mes de haber llegado, comenzó a trabajar en una emisora de Cataluña. No tardaron los jefes en darse cuenta de su valía, que lo querían dejar fijo, cosa extraña hoy en día; hasta que llegó la revisión médica y comenzó el principio del fin. El médico le aconsejó que se operara porque tenía un estrechamiento de las arterias carótidas. ¡Demasiada comida rápida, alta en colesterol! Total, que el chico se operó y el cirujano le daño las cuerdas vocales provocándole una parálisis unilateral. A Albert y a su madre se les cayó el mundo encima. La alegría de la que hacía gala, se volvió melancolía. Albert apenas hablaba y raro era la vez que no se atragantaba al comer. Los médicos aconsejaban una tiroplástia, el mover la cuerda vocal paralizada hacia la línea media, o la inyección de una sustancia para dar más volumen a la cuerda paralizada.

¾    Y se operó con éxito

¾    No, Montse. No se operó. El miedo a quedarse peor era superior a él. Yo lo animaba, pero Sandra estaba de su parte.

¾    Y te encomendaste a la Cruz de Caravaca.

¾    Sí, rezaba todos los días a esta cruz que me regalo mi madre y que nunca me quito. Prometí hacer el camino si mi hijo se recuperaba. Pasaban los días y Albert cada vez hablaba menos y lo poco que se comunicaba con nosotros era por medio de la escritura. Mi mujer, envejecía por momentos, 5 o 10 años y parecía que lo de Albert era contagioso, porque ella tampoco hablaba. Cuando llegaba a casa era como entrar en un monasterio, en el que la melancolía desplazaba a alegría. Sin embargo, mi fe fue en aumento y lo comentaba con ellos que se abandonaban a la resignación. Albert se negaba ir al patólogo, y tenía que obligarlo costándome discusiones con su madre, hasta que la alegría volvió al cabo de diez sesiones cuando Albert hablo más de dos minutos seguidos dejando al patólogo estupefacto. A la semana siguiente, Albert volvía a tener la voz grave que cautivaba a las damas y a los oyentes. Volvió a la radio y hoy en día está muy bien valorado. Por eso hacemos el camino para darle las gracias y pedir que el Señor nos proteja.

¾    ¡Pues sí que es un milagro!

Entre blancos valles, con tintes verdes, llegaban al anochecer a Roncesvalles, acabando con el último apósito que les quedaba a las Damas, para cubrir sus pies envueltos en lanas, que Hakim, les había regalado. Omar, se percató de un albergue para peregrinos mostrándolo a sus compañeros, y al que, sin titubeos, se encaminaron. Más o menos reunía lo imprescindible para asearse y pasar la noche. 

Sus sonrisas describían la satisfacción personalizada al entrar en el albergue. Covadonga, Montserrat y Marina, se acomodaban en las camas más alejadas de la puerta. Marina era la primera en comentar sus impresiones en voz baja, casi susurrando y asegurándose de no ser oída.

¾    Un marroquí y un saudita. ¿No os parece sospechoso?

¾    Saben de arte, Marina. Por los comentarios que hacían de Roncesvalles de su historia y del arte que nos vamos a encontrar, no me cabe duda. Yo creo que son marchantes de arte. Y me pareció convincente las explicaciones que dieron del porqué, hacen el camino.

¾    Todo eso está muy bien Montse, pero ¿no es raro que a pesar de las veces que se paraban a rezar nos alcanzaran siempre? Estos o van al gimnasio o no son lo que parecen. No las tengo todas conmigo

¾    Yo pienso como Cova, Montse. No debemos de fiarnos de ellos.

¾    Vale ese argumento me convence, pero creo que nos conviene tenerlos por amigos. No sabemos lo que nos podemos encontrar por esos caminos y estos ya sabemos que nos respetan.

¾    ¿Y qué os parecen los catalanes?

¾    Jordi me contó que hacían el camino por un milagro, y como pago de una promesa. Al parecer a su hijo le dañaron las cuerdas vocales y está curado. Creo que son los únicos peregrinos que hay en nuestro grupo.

¾    ¿Y desde cuándo unas cuerdas vocales, dañadas, se curan? O están mintiendo o no son normales.

¾    ¡Vamos, Cova! Tampoco te hagas pajas mentales. Ya sabemos que eso es imposible, pero dicen que los milagros existen. Lo que son aburridos.

¾    Sí Cova, pienso como Montse, a esos los descartamos.

Covadonga, escuchaba desde la ducha, la alarma de uno de los móviles indicando que eran las 7 de la mañana, y como Marina lo apagaba de mala gana. Normalmente, a esa hora se acostaba, pero nunca se levantaba. Marina, era de las pocas afortunadas que no tenía horarios, sino que trabajaba desde su casa. Un chalé, a las afueras de la ciudad de Murcia, donde disponía de todo lo imprescindible para su vida cotidiana. A Montserrat la iban despertando los tropiezos de Marina, y entre aromas de bollería y café, se incorporaba parsimoniosamente.

¾    No sabía que aquí dieran desayunos. Pero que olores. Desayunaremos antes de irnos, ¿no?

¾    Estas no son horas de levantarse. Estas son horas de esclavos.

¾    ¡Arriba, Marina! Que nos queda camino hasta Pamplona.

¾    ¡Un momento, Cova! ¿Hoy tenemos que llegar hasta Pamplona? ¿No paramos antes por algún pueblo? Me niego. Tengo los pies con ampollas y sangrando. No pretenderás que camine, sabe Dios, cuantos kilómetros.

¾    Te lo dije, Cova. Ésta se raja. Que el caminar no se hizo para vosotras. Ganaré la apuesta. ¿Alguna la quiere subir?

¾    Montse, ya sé que nuestros pies están doloridos y llenos de ampollas, pero es por una causa justa. Buscaremos una tienda donde tengan zapatos cómodos. Ahora, cuando desayunemos, veremos el camino de otra manera. Venga, os espero en la cafetería y de paso leo el periódico. (Se paró ante la puerta y se volvió hacia Marina) Y si hay que subir la apuesta, se sube.

Covadonga entraba en la cafetería y se sentaba en la mesa, junto a la ventana, cuando vio al chico de la Ducati negra aparcar frente la posada. Un escalofrío la advertía de peligro. Ese chico moreno, joven, alto, ojos castaños, de complexión atlética con cabello liso, castaño oscuro, tapándole el cuello; la ponía a la defensiva sin apenas conocerlo.

¾    ¡Qué rápido llegasteis! Si no os conociera, diría que visteis al chico de la Ducati.

¾    ¿Dónde?

¾    Allí, Marina. Voy a saludarlo

¾    No Montse. No me acaba de agradar

¾    Tranquila Cova; que esto está lleno de gente y no hará nada.

El atractivo misterioso, la miraba, de arriba abajo, según se aproximaba a él. Montse, con cierto nerviosismo, pero con la dulzura y simpatía que la caracterizaba, lo saludaba:

¾    ¡Buenos días! Quería darle las gracias por la invitación de San Jean Pied de Port. Fue muy amable. Y también pedirle disculpas por los comentarios de mi amiga. Hacemos la peregrinación a la Cruz de Caravaca y eso de caminar tantos kilómetros, no lo lleva muy bien. ¿Tú también eres peregrino? No te vimos por el camino, pero ya coincidimos en dos pueblos.

¾    Tres calles más allá de aquel banco, hay un artesano que hace calzado apropiado para el peregrino. No encontrarás ninguna farmacia abierta hoy, así que mejor será que compres los apósitos aquí y conseguir algo de lana para la noche. ¡Camarero! Esta señorita y sus amigas pagarán mi cuenta.

¾    Perdón señor, no sé de donde es usted, pero en mi país tratamos a las señoritas con más respeto. Pídale disculpas, si es un caballero.

Se levantó del taburete miró fijamente al intruso con acento alemán, se detuvo un poco más con Montse y prosiguió por Covadonga y Marina sin un gesto brusco, pero tampoco elegante.  Salió de la cafetería sin mediar palabra. Arrancó la moto, y en segundos, desapareció del paisaje.

Montserrat le daba las gracias al señor que amablemente la defendió y se fue a la mesa.

¾    El tío ése, es estúpido. ¡Tonto del culo! ¡No le dice al camarero que nosotras pagamos su cuenta!

¾    ¿No la pagó?

¾    No, Marina.

¾    Ya os dije que no me gusta. Hay algo en él que me hace desconfiar.

¾    Me dijo que a las afueras del pueblo había un zapatero artesano que hacía calzado para peregrinos. También que no había farmacias abiertas, así que compráramos aquí los apósitos. Por su acento creo que es, canario o sudamericano, no me dio mucho tiempo para descubrirlo.

¾    Estaba pensando mientras me duchaba, y ahora que los veo, me acordé, ¿cómo sabia Omar que hacíamos el camino a Caravaca? Este es el mismo camino que va a Santiago. Y no llevábamos el mapa, que nos dio la camarera, a la vista.

¾    ¡Hostias! Es verdad. ¿Cómo lo sabía?

¾    Lo dicho, no debemos de fiarnos. Montse sigue preguntando sobre arte, a ver si los cogemos. Marina tú sígueles de cerca por si pillas algo. ¿Y no crees que deberías abrir el correo por si tienes noticas de algún trabajo?

¾    Sí Cova. En cuanto pueda abro el correo por si tengo alguna oferta.

Daban el último vistazo al sitio donde durmieron, por si se olvidaban algo, mientras que Montserrat terminaba de arreglarse y cubrir los pies con los apósitos que le quedaban. Cova y Marina, encendían el ordenador para comunicar a Cristóbal, los acompañantes que se encontraron. Un marroquí y un saudí, de complexión fuerte, y de no más de 35 años. De las dos ocasiones que se cruzaron con el misterioso motero, dudando de su acento que estaba entre canario y sudamericano. Frio y distante, con sospechas de vivir por la zona y posible x (Llaman a la “x” a los supuestos ladrones de la Cruz) Cristóbal respondía con (a + b = b + a)

¾    Para que saca ahora matemáticas, ¿no sabe ya leer o qué?

¾    Si Cova. Nos está diciendo que vigilemos a los tres. Omar y Hakim son la “a” y el motero es la “b”

¾    Y como deduces eso, Marina

¾    Por el código que me dijo y porque Omar y Hakim son musulmanes así que van en el mismo grupo y la otra letra por deducción.

¾    Ya es tarde, mejor es que salgamos y busquemos al zapatero que dijo el motero. Montse ¿puedes caminar?

¾    Si Cova. ¡En marcha! Mochila al hombro, costillas agachadas, que los pies protestan si la carga es pesada.

¾    ¡Vámonos, loca! Cova, mira el mapa por si hay atajos.

Justo donde les había indicado el motero estaba la casa. Al tocar el timbre y les abría una señora de mediana edad, estatura escasa y regordeta con la coquetería de una mujer que se cuidaba. Amablemente las llevó hasta su marido, el zapatero, un hombre regordete, de mejillas rosadas, un palmo mal alto que su mujer, que levantaba la mirada por encima de los lentes mientras seguía haciendo alpargatas. En el taller, de amplias dimensiones, destacaban los expositores donde podían verse botas y zapatillas deportivas para los peregrinos no sabiendo que modelo elegir, al final se decidieron por el más cómo dentro de los menos feos. El zapatero les prometía que en tres horas tendrían un par de alpargatas y un par de botas cada una. También su mujer les tendría prendas de abrigo para pasar la noche a la intemperie, si no encontraban alojamiento.

Salían contrariadas por el retraso debido a su torpeza, y resignadas, decidieron conocer el hospitalario pueblo. Disfrutaban del paseo hasta que un lugareño, ya entrado en años, que estaba sentado delante de su casa, junto a un amigo, amablemente las saludó y las invitó a café que su mujer acaba de poner al fuego. Las tres, lo agradecieron con las mejores sonrisas y se sentaron junto a ellos.

¾    No os veo yo muy preparadas para ganaros el jubileo. De aquí a Santiago de Compostela queda un largo camino y las noches son frías

¾    Manuel, fíjate en el calzado que llevan. ¡Y tú cojeas! Hay un zapatero aquí en el pueblo que es muy bueno y os hace los zapatos a medida.

¾    Sí, tengo ampollas en los pies. Apenas puedo caminar.

¾    ¡María! Mira si puedes curar a esta chica que la pobre no puede caminar

¾    Se lo agradecemos de corazón. Nosotras ya fuimos a ver al zapatero y nos está haciendo el calzado apropiado. Es la primera vez que vamos de peregrinas y la inexperiencia, ¡ya se sabe!

¾    La promesa, ¿es por algún enfermo?

¾    No, yo soy murciana y en una apuesta que hice con mis amigas, la cual gané, era hacer el Camino a Caravaca. Llegar a la basílica y besar la Cruz. Me hace ilusión, pero no tengo claro de que lo logremos.

¾    La fe mueve montañas, hija. Si las tres sois creyentes, no habrá ampollas que os aparte del camino. A si todo, mi señora os dará un ungüento para que os lo pongáis, si fuese necesario.

Volvía la señora María con los cafés, la leche caliente, azúcar y sacarina, acompañándolo con un bizcocho hecho del día anterior. La señora María, ayudaba a Montserrat a descalzarse y a quitarle los apósitos. Al verlos, se levantó para aparecer con agua caliente, sal y el ungüento recién preparado, poniéndoselo en los pies de Monserrat, y haciendo lo mismo con los pies de Covadonga y de Marina.

Pasaron las tres horas en un suspiro entre conversaciones amenas, sorbos de café y chocolates calientes. Las Damas, se levantaron agradeciéndoles de nuevo su hospitalidad, guardaron los remedios caseros para el camino, y se fueron despidiendo de los anfitriones entre abrazos y besos.  

Faltaban pocos minutos para las 11 de la mañana, cuando las tres retomaban la ruta a Caravaca de la Cruz, camino de Pamplona. Unas 11 horas les quedaba de camino por lo que decidieron hacer noche en Olaibar que estaba a unas 8 horas, a pie. Durante el trayecto, observaban a los peregrinos, que a pesar de las últimas sacudidas del frio invierno, terminando del mes de marzo, sonreían al compañero ofreciéndole bebidas isotónicas y alguna que otra galleta para reponer energías. Los silencios enmudecieron cediendo el paso a los cánticos populares, a ser los unieron, sin olvidarse de la misión en ningún momento y siguiendo el rumbo trazado. Iban a su paso, sin preocuparse por el reloj ni los rayos solares que de cuando en cuando las deslumbraban; para ellas era como si el tiempo se hubiese detenido en el mismo momento en el que comenzaron su peregrinaje. Al pasar por una espesa arboleda, se encontraron con el alemán que tan amablemente había defendido a Montse, en la cafetería de Roncesvalles. El alemán y su amigo, al verlas con escasa indumentaria para el viento que soplaba, les ofrecieron unas chaquetas de lana gruesa, que abrigaban más que las que llevaban, entablando así conversación con Las Damas. Covadonga, con su agudeza periodística, y sin que se dieran cuenta, les iba diciendo varias respuestas sin sentido, que ellos confirmaban. Los dos amigos eran amables, hasta el punto de que se ofrecieron a llevarles las mochilas; invitación, que con cortesía declinaban, por no dar pistas de lo que llevaban dentro.

¾    Bernard, me dijiste que eras pintor ¿No?

¾    No, Cova, soy marchante de arte. Mi socio tiene una galería donde los artistas noveles exponen sus obras, pero también trabajamos para coleccionista particulares. En España hay grandes pintores conocidos y desconocidos por eso nos fijamos en las iglesias y catedrales por si vemos una pintura que nos sorprenda y sea original. El que está al cargo, sabrá de quién es y nos ponemos en contacto con él; y si llegamos a un acuerdo, le hacemos una exposición en la galería de Madison en Berlín. ¿Alguna de vosotras pinta?

¾    No, pero a mí me gustaría saber, aunque me temo que no nací para ello. (Montse tanteaba lo que sabían de arte) ¿Y cómo se llama esa galería que es famosa que sale mucho por la tele? ¡Ay! La tengo en la punta de la lengua… Christie’s, me parece que se llama.

¾    ¡Ah, sí! Es una famosa casa de subastas muy importante inglesa, fundada en el siglo XVIII, por James Chistie. Pero hoy tiene sucursales en todos los continentes, ¡bueno! en África no sé, pero es muy difícil subastar en ella a no ser que sea una obra consagrada. Y para pujar debes de presentar buenos credenciales de galerista o coleccionista solvente. Montse, nunca es tarde para aprender, solo es tener voluntad. Tenemos amigos catalanes, que, si quieres, nos ponemos en contacto con ellos para que te den unas clases.

¾    Bueno tú dame el teléfono y cuando llegue a casa, les llamo y les digo que voy de tu parte.

¾    Montse (Covadonga interrumpía hábilmente), si les vas a llamar, mejor será que te digan también el apellido. Que Bernard hay muchos, y aunque Madison no tanto, también los hay.

¾    Müller. Bernard Müller. Y mi colega es Madison Hoffmann.

¾    Con doble n al final, que siempre lo escriben con una, como si fuera inglés.

¾    ¡Fíjate!, Hoffman con el actor americano de Kramer contra Kramer.

¾    No Marina, ese es con una n al final y el de mío es con doble n.

¾    ¡Qué torpe! Si lo acabas de decir.

Después de ocho horas de camino, con el rostro desdibujado por el cansancio, llegaban al pueblo de Olaibar con la noche recibiéndoles a la entrada del pueblo. Madison se adelantó unos pasos en busca de una posada donde pasar la noche. Los pies de las Damas pasaban factura con un caminar más que pausado.

Ya en la posada, se daban una ducha caliente y se ponían el ungüento, que la señora María, de Roncesvalles, les había dado puesto que la próxima caminata sería más larga. Montse ya pensaba en Pamplona, ciudad que acogía con sumo agrado a todo peregrino que por sus calles pasaran. Su catedral y sus iglesias fortalecen la fe cristiana, cuando las fuerzas del peregrino flaqueaban. Nobles navarricos, hospitalarios y serviciales, que amparan al visitante.

 

España, Madrid

Madrid estaba en pleno auge de manifestaciones y trafico parado, con el ambiente caldeado, que se estaba haciendo cada día más familiar ...