¾
Tiene toda la pinta de motero. Esa burra,
de ahí afuera, es de él.
¾
Es guapo. Qué pena que no sea mi tipo.
¡Buenos días, caballero!
¾
¡Buenos días! (Él no movió ni un musculo
de su cara; nada más que sus labios)
¾
No es guapo, es normalito lo que pasa que
está moreno. Y aunque tiene unos pectorales más que aceptables, no lo cambio
por mi Iyán.
¾
¡Vamos Cova! Que puede ser tu hijo.
¾
Oye que, si las ricas los buscan jóvenes,
yo también, ¡eh! Pero éste petulante se lo tiene, creído
Las risas cómplices
llegaban hasta la mesa donde el joven las miraba tras una cristalera,
disimuladamente. Montserrat, se levantaba para invitarle, cuando vio que pagaba
a la camarera y se marchaba en la Ducati como Marina predijo. Marina, le pedía
la cuenta a la camarera, llegando ésta hasta la mesa, en cuanto un cliente la
dejó libre.
¾
Señoras, el chico que estaba en la barra
las invitó y me dijo, que le dijera, a usted, (Con la voz titubeante, se
dirigía a Covadonga) que tampoco le gusta para su padre. Que se lo tiene creído.
¾
¡Así…! Dele las gracias si lo vuelve a
ver, que lo dudo Ese hace el camino ¡pero a París! Una pregunta si me permite.
¿Tiene mapas de peregrino para la Cruz de Caravaca?
¾
No lo creo, pero preguntaré a mi jefe. Lo
que sí hay es del Camino de Santiago. Esperen un momento que ahora vuelvo.
No pasaron cinco minutos
cuando la camarera volvía a la mesa llevando un mapa con los pueblos que había
mencionado Cristóbal y una nota, escrita a mano, en la que se leía: “Camino
francés de la Cruz de Caravaca. Buen viaje.”
¾
¿Qué pueblo está primero, Cova?
¾
Roncesvalles a unos 28 kilómetros.
Comenzamos la peregrinación.
¾
No Cova. (Montserrat la miraba con ternura
resignada) Ya la empezamos en Covadonga, en cuanto cogimos el coche.
¾
Si tienes razón Montse. ¡Vámonos! ¿Sabéis
qué, por este camino entraron los celtas, de los que yo desciendo?
¾
Sí Cova, y Carlomagno, y los bárbaros, y
los godos. Vamos que esta era la puerta para que nos domesticaran.
¾
Te recuerdo Montse, que Asturias es España
y lo demás tierra de moros. Que nosotros nunca fuimos conquistados.
¾
¡Ah sí! Entonces no eres celta eres astur.
Porque los celtas eran británicos ¿No?
No hubo respuesta, pero
sí, un paso ligero hacia el sur camino de Roncesvalles. Al pasar por el puente
medieval, sobre el rio Nive, encauzando el camino de España, por el barrio de
los artesanos y comerciantes, cuando un reducido grupo, de pensamientos tan
radicales, las saludaba.
¾
¡Hola!, Me llamo Omar Y este es mi amigo
Hakim. ¿Hacéis el camino de Caravaca de la Cruz, ¿verdad?
¾
¡Hola!, yo soy Jordi y esta es mi esposa,
Sandra.
¾
¡Hola! Me alegro de no ser la única mujer
porque nosotros también hacemos el Camino de Caravaca. No es muy conocido, pero
mi familia tiene mucha fe en la Cruz. A la basílica llegan gentes de todas las
nacionalidades por lo que va cogiendo renombre, de lo cual, me alegro porque
hace justicia a la Vera Cruz.
¾
¡Hola! Yo soy Montse, esta es mi amiga
Marina y mi amiga, Cova. Y sí, aquí nuestra amiga Marina, nos hizo una apuesta
y la perdimos, así que hacemos la ruta que ella siempre deseo. Nos vamos de
peregrinas, hasta su tierra para pedir nuestro deseo a la Cruz.
¾
¿Eres murciana?
¾
Si señora. Soy huertana, y me parece buena
idea hacerlo con ellas, admirando las obras de arte que nuestros antepasados
nos dejaron y que tan poco valoramos. Nosotras también nos alegramos de que no
seamos las únicas mujeres. Estamos en mayoría. Tres hombres y cuatro mujeres.
El camino se hacía llano
con la conversación amena que entablaban Sandra, Covadonga y Marina con Omar y
Hakim, y unos pasos más atrás, Montserrat entablaba conversación con Jordi, un
hombre corpulento, alto y moreno.
¾
Soy un comercial que trabaja de 12 a 14
horas de lunes a sábado. Sandra tiene una tienda de todo a 1€. ¿Y por qué
hacemos el Camino? Porque tardamos en tener a nuestro hijo y cuando llegó nos
volcamos todo lo que pudimos con él. Le dimos los estudios que nosotros no
tuvimos y lo llevaba al Camp Nou si se portaba bien. Él jugaba al futbol en un
club del barrio y era bastante bueno, pero la voz se le puso grave, ¡de esas
que os gusta a las chicas! y la verdad, que era muy agradable para los oídos.
La profesora observó que se fijaba en todo y su curiosidad era infinita por lo
que le animó a que estudiara periodismo. Siempre fue muy buen estudiante, y
sacó la licenciatura siendo el primero de su promoción. Pero no contento con
eso, se fue a Estados Unidos para sacar un máster universitario en artes de la
comunicación audiovisual, por lo que tuvimos que emplear todos nuestros
ahorros. Cuando volvió a Barcelona, nos pareció una magnifica inversión. Ya
hablaba con dominio el inglés y el francés como su fueran sus idiomas natales
como el catalán o el castellano. Al mes de haber llegado, comenzó a trabajar en
una emisora de Cataluña. No tardaron los jefes en darse cuenta de su valía, que
lo querían dejar fijo, cosa extraña hoy en día; hasta que llegó la revisión
médica y comenzó el principio del fin. El médico le aconsejó que se operara
porque tenía un estrechamiento de las arterias carótidas. ¡Demasiada comida
rápida, alta en colesterol! Total, que el chico se operó y el cirujano le daño
las cuerdas vocales provocándole una parálisis unilateral. A Albert y a su
madre se les cayó el mundo encima. La alegría de la que hacía gala, se volvió
melancolía. Albert apenas hablaba y raro era la vez que no se atragantaba al
comer. Los médicos aconsejaban una tiroplástia, el mover la cuerda vocal
paralizada hacia la línea media, o la inyección de una sustancia para dar más volumen
a la cuerda paralizada.
¾
Y se operó con éxito
¾
No, Montse. No se operó. El miedo a
quedarse peor era superior a él. Yo lo animaba, pero Sandra estaba de su parte.
¾
Y te encomendaste a la Cruz de Caravaca.
¾
Sí, rezaba todos los días a esta cruz que
me regalo mi madre y que nunca me quito. Prometí hacer el camino si mi hijo se
recuperaba. Pasaban los días y Albert cada vez hablaba menos y lo poco que se
comunicaba con nosotros era por medio de la escritura. Mi mujer, envejecía por
momentos, 5 o 10 años y parecía que lo de Albert era contagioso, porque ella
tampoco hablaba. Cuando llegaba a casa era como entrar en un monasterio, en el
que la melancolía desplazaba a alegría. Sin embargo, mi fe fue en aumento y lo
comentaba con ellos que se abandonaban a la resignación. Albert se negaba ir al
patólogo, y tenía que obligarlo costándome discusiones con su madre, hasta que la
alegría volvió al cabo de diez sesiones cuando Albert hablo más de dos minutos
seguidos dejando al patólogo estupefacto. A la semana siguiente, Albert volvía
a tener la voz grave que cautivaba a las damas y a los oyentes. Volvió a la
radio y hoy en día está muy bien valorado. Por eso hacemos el camino para darle
las gracias y pedir que el Señor nos proteja.
¾
¡Pues sí que es un milagro!
Entre blancos valles, con
tintes verdes, llegaban al anochecer a Roncesvalles, acabando con el último
apósito que les quedaba a las Damas, para cubrir sus pies envueltos en lanas,
que Hakim, les había regalado. Omar, se percató de un albergue para peregrinos
mostrándolo a sus compañeros, y al que, sin titubeos, se encaminaron. Más o
menos reunía lo imprescindible para asearse y pasar la noche.
Sus sonrisas describían
la satisfacción personalizada al entrar en el albergue. Covadonga, Montserrat y
Marina, se acomodaban en las camas más alejadas de la puerta. Marina era la
primera en comentar sus impresiones en voz baja, casi susurrando y asegurándose
de no ser oída.
¾
Un marroquí y un saudita. ¿No os parece
sospechoso?
¾
Saben de arte, Marina. Por los comentarios
que hacían de Roncesvalles de su historia y del arte que nos vamos a encontrar,
no me cabe duda. Yo creo que son marchantes de arte. Y me pareció convincente
las explicaciones que dieron del porqué, hacen el camino.
¾
Todo eso está muy bien Montse, pero ¿no es
raro que a pesar de las veces que se paraban a rezar nos alcanzaran siempre?
Estos o van al gimnasio o no son lo que parecen. No las tengo todas conmigo
¾
Yo pienso como Cova, Montse. No debemos de
fiarnos de ellos.
¾
Vale ese argumento me convence, pero creo
que nos conviene tenerlos por amigos. No sabemos lo que nos podemos encontrar
por esos caminos y estos ya sabemos que nos respetan.
¾
¿Y qué os parecen los catalanes?
¾
Jordi me contó que hacían el camino por un
milagro, y como pago de una promesa. Al parecer a su hijo le dañaron las
cuerdas vocales y está curado. Creo que son los únicos peregrinos que hay en
nuestro grupo.
¾
¿Y desde cuándo unas cuerdas vocales,
dañadas, se curan? O están mintiendo o no son normales.
¾
¡Vamos, Cova! Tampoco te hagas pajas
mentales. Ya sabemos que eso es imposible, pero dicen que los milagros existen.
Lo que son aburridos.
¾
Sí Cova, pienso como Montse, a esos los
descartamos.
Covadonga, escuchaba
desde la ducha, la alarma de uno de los móviles indicando que eran las 7 de la
mañana, y como Marina lo apagaba de mala gana. Normalmente, a esa hora se
acostaba, pero nunca se levantaba. Marina, era de las pocas afortunadas que no
tenía horarios, sino que trabajaba desde su casa. Un chalé, a las afueras de la
ciudad de Murcia, donde disponía de todo lo imprescindible para su vida
cotidiana. A Montserrat la iban despertando los tropiezos de Marina, y entre
aromas de bollería y café, se incorporaba parsimoniosamente.
¾
No sabía que aquí dieran desayunos. Pero
que olores. Desayunaremos antes de irnos, ¿no?
¾
Estas no son horas de levantarse. Estas
son horas de esclavos.
¾
¡Arriba, Marina! Que nos queda camino
hasta Pamplona.
¾
¡Un momento, Cova! ¿Hoy tenemos que llegar
hasta Pamplona? ¿No paramos antes por algún pueblo? Me niego. Tengo los pies
con ampollas y sangrando. No pretenderás que camine, sabe Dios, cuantos
kilómetros.
¾
Te lo dije, Cova. Ésta se raja. Que el
caminar no se hizo para vosotras. Ganaré la apuesta. ¿Alguna la quiere subir?
¾
Montse, ya sé que nuestros pies están
doloridos y llenos de ampollas, pero es por una causa justa. Buscaremos una
tienda donde tengan zapatos cómodos. Ahora, cuando desayunemos, veremos el
camino de otra manera. Venga, os espero en la cafetería y de paso leo el
periódico. (Se paró ante la puerta y se volvió hacia Marina) Y si hay que subir
la apuesta, se sube.
Covadonga entraba en la
cafetería y se sentaba en la mesa, junto a la ventana, cuando vio al chico de
la Ducati negra aparcar frente la posada. Un escalofrío la advertía de peligro.
Ese chico moreno, joven, alto, ojos castaños, de complexión atlética con
cabello liso, castaño oscuro, tapándole el cuello; la ponía a la defensiva sin
apenas conocerlo.
¾
¡Qué rápido llegasteis! Si no os
conociera, diría que visteis al chico de la Ducati.
¾
¿Dónde?
¾
Allí, Marina. Voy a saludarlo
¾
No Montse. No me acaba de agradar
¾
Tranquila Cova; que esto está lleno de
gente y no hará nada.
El atractivo misterioso,
la miraba, de arriba abajo, según se aproximaba a él. Montse, con cierto nerviosismo,
pero con la dulzura y simpatía que la caracterizaba, lo saludaba:
¾
¡Buenos días! Quería darle las gracias por
la invitación de San Jean Pied de Port. Fue muy amable. Y también pedirle
disculpas por los comentarios de mi amiga. Hacemos la peregrinación a la Cruz
de Caravaca y eso de caminar tantos kilómetros, no lo lleva muy bien. ¿Tú
también eres peregrino? No te vimos por el camino, pero ya coincidimos en dos
pueblos.
¾
Tres calles más allá de aquel banco, hay
un artesano que hace calzado apropiado para el peregrino. No encontrarás
ninguna farmacia abierta hoy, así que mejor será que compres los apósitos aquí
y conseguir algo de lana para la noche. ¡Camarero! Esta señorita y sus amigas
pagarán mi cuenta.
¾
Perdón señor, no sé de donde es usted,
pero en mi país tratamos a las señoritas con más respeto. Pídale disculpas, si
es un caballero.
Se levantó del taburete
miró fijamente al intruso con acento alemán, se detuvo un poco más con Montse y
prosiguió por Covadonga y Marina sin un gesto brusco, pero tampoco
elegante. Salió de la cafetería sin
mediar palabra. Arrancó la moto, y en segundos, desapareció del paisaje.
Montserrat le daba las
gracias al señor que amablemente la defendió y se fue a la mesa.
¾
El tío ése, es estúpido. ¡Tonto del culo!
¡No le dice al camarero que nosotras pagamos su cuenta!
¾
¿No la pagó?
¾
No, Marina.
¾
Ya os dije que no me gusta. Hay algo en él
que me hace desconfiar.
¾
Me dijo que a las afueras del pueblo había
un zapatero artesano que hacía calzado para peregrinos. También que no había
farmacias abiertas, así que compráramos aquí los apósitos. Por su acento creo
que es, canario o sudamericano, no me dio mucho tiempo para descubrirlo.
¾
Estaba pensando mientras me duchaba, y
ahora que los veo, me acordé, ¿cómo sabia Omar que hacíamos el camino a
Caravaca? Este es el mismo camino que va a Santiago. Y no llevábamos el mapa,
que nos dio la camarera, a la vista.
¾
¡Hostias! Es verdad. ¿Cómo lo sabía?
¾
Lo dicho, no debemos de fiarnos. Montse
sigue preguntando sobre arte, a ver si los cogemos. Marina tú sígueles de cerca
por si pillas algo. ¿Y no crees que deberías abrir el correo por si tienes
noticas de algún trabajo?
¾
Sí Cova. En cuanto pueda abro el correo
por si tengo alguna oferta.
Daban el último vistazo
al sitio donde durmieron, por si se olvidaban algo, mientras que Montserrat
terminaba de arreglarse y cubrir los pies con los apósitos que le quedaban. Cova
y Marina, encendían el ordenador para comunicar a Cristóbal, los acompañantes que
se encontraron. Un marroquí y un saudí, de complexión fuerte, y de no más de 35
años. De las dos ocasiones que se cruzaron con el misterioso motero, dudando de
su acento que estaba entre canario y sudamericano. Frio y distante, con
sospechas de vivir por la zona y posible x (Llaman a la “x” a los supuestos
ladrones de la Cruz) Cristóbal respondía con (a + b = b + a)
¾
Para que saca ahora matemáticas, ¿no sabe
ya leer o qué?
¾
Si Cova. Nos está diciendo que vigilemos a
los tres. Omar y Hakim son la “a” y el motero es la “b”
¾
Y como deduces eso, Marina
¾
Por el código que me dijo y porque Omar y
Hakim son musulmanes así que van en el mismo grupo y la otra letra por
deducción.
¾
Ya es tarde, mejor es que salgamos y
busquemos al zapatero que dijo el motero. Montse ¿puedes caminar?
¾
Si Cova. ¡En marcha! Mochila al hombro,
costillas agachadas, que los pies protestan si la carga es pesada.
¾
¡Vámonos, loca! Cova, mira el mapa por si
hay atajos.
Justo donde les había
indicado el motero estaba la casa. Al tocar el timbre y les abría una señora de
mediana edad, estatura escasa y regordeta con la coquetería de una mujer que se
cuidaba. Amablemente las llevó hasta su marido, el zapatero, un hombre regordete,
de mejillas rosadas, un palmo mal alto que su mujer, que levantaba la mirada
por encima de los lentes mientras seguía haciendo alpargatas. En el taller, de
amplias dimensiones, destacaban los expositores donde podían verse botas y zapatillas
deportivas para los peregrinos no sabiendo que modelo elegir, al final se
decidieron por el más cómo dentro de los menos feos. El zapatero les prometía
que en tres horas tendrían un par de alpargatas y un par de botas cada una. También
su mujer les tendría prendas de abrigo para pasar la noche a la intemperie, si
no encontraban alojamiento.
Salían contrariadas por
el retraso debido a su torpeza, y resignadas, decidieron conocer el
hospitalario pueblo. Disfrutaban del paseo hasta que un lugareño, ya entrado en
años, que estaba sentado delante de su casa, junto a un amigo, amablemente las
saludó y las invitó a café que su mujer acaba de poner al fuego. Las tres, lo
agradecieron con las mejores sonrisas y se sentaron junto a ellos.
¾
No os veo yo muy preparadas para ganaros
el jubileo. De aquí a Santiago de Compostela queda un largo camino y las noches
son frías
¾
Manuel, fíjate en el calzado que llevan.
¡Y tú cojeas! Hay un zapatero aquí en el pueblo que es muy bueno y os hace los
zapatos a medida.
¾
Sí, tengo ampollas en los pies. Apenas
puedo caminar.
¾
¡María! Mira si puedes curar a esta chica
que la pobre no puede caminar
¾
Se lo agradecemos de corazón. Nosotras ya
fuimos a ver al zapatero y nos está haciendo el calzado apropiado. Es la
primera vez que vamos de peregrinas y la inexperiencia, ¡ya se sabe!
¾
La promesa, ¿es por algún enfermo?
¾
No, yo soy murciana y en una apuesta que
hice con mis amigas, la cual gané, era hacer el Camino a Caravaca. Llegar a la
basílica y besar la Cruz. Me hace ilusión, pero no tengo claro de que lo
logremos.
¾
La fe mueve montañas, hija. Si las tres
sois creyentes, no habrá ampollas que os aparte del camino. A si todo, mi
señora os dará un ungüento para que os lo pongáis, si fuese necesario.
Volvía la señora María
con los cafés, la leche caliente, azúcar y sacarina, acompañándolo con un
bizcocho hecho del día anterior. La señora María, ayudaba a Montserrat a
descalzarse y a quitarle los apósitos. Al verlos, se levantó para aparecer con agua
caliente, sal y el ungüento recién preparado, poniéndoselo en los pies de
Monserrat, y haciendo lo mismo con los pies de Covadonga y de Marina.
Pasaron las tres horas en
un suspiro entre conversaciones amenas, sorbos de café y chocolates calientes. Las Damas, se levantaron agradeciéndoles
de nuevo su hospitalidad, guardaron los remedios caseros para el camino, y se
fueron despidiendo de los anfitriones entre abrazos y besos.
Faltaban pocos minutos
para las 11 de la mañana, cuando las tres retomaban la ruta a Caravaca de la
Cruz, camino de Pamplona. Unas 11 horas les quedaba de camino por lo que
decidieron hacer noche en Olaibar que estaba a unas 8 horas, a pie. Durante el
trayecto, observaban a los peregrinos, que a pesar de las últimas sacudidas del
frio invierno, terminando del mes de marzo, sonreían al compañero ofreciéndole
bebidas isotónicas y alguna que otra galleta para reponer energías. Los
silencios enmudecieron cediendo el paso a los cánticos populares, a ser los
unieron, sin olvidarse de la misión en ningún momento y siguiendo el rumbo
trazado. Iban a su paso, sin preocuparse por el reloj ni los rayos solares que
de cuando en cuando las deslumbraban; para ellas era como si el tiempo se
hubiese detenido en el mismo momento en el que comenzaron su peregrinaje. Al
pasar por una espesa arboleda, se encontraron con el alemán que tan amablemente
había defendido a Montse, en la cafetería de Roncesvalles. El alemán y su
amigo, al verlas con escasa indumentaria para el viento que soplaba, les
ofrecieron unas chaquetas de lana gruesa, que abrigaban más que las que
llevaban, entablando así conversación con Las
Damas. Covadonga, con su agudeza periodística, y sin que se dieran cuenta, les
iba diciendo varias respuestas sin sentido, que ellos confirmaban. Los dos
amigos eran amables, hasta el punto de que se ofrecieron a llevarles las
mochilas; invitación, que con cortesía declinaban, por no dar pistas de lo que
llevaban dentro.
¾
Bernard, me dijiste que eras pintor ¿No?
¾
No, Cova, soy marchante de arte. Mi socio
tiene una galería donde los artistas noveles exponen sus obras, pero también
trabajamos para coleccionista particulares. En España hay grandes pintores
conocidos y desconocidos por eso nos fijamos en las iglesias y catedrales por
si vemos una pintura que nos sorprenda y sea original. El que está al cargo,
sabrá de quién es y nos ponemos en contacto con él; y si llegamos a un acuerdo,
le hacemos una exposición en la galería de Madison en Berlín. ¿Alguna de
vosotras pinta?
¾
No, pero a mí me gustaría saber, aunque me
temo que no nací para ello. (Montse tanteaba lo que sabían de arte) ¿Y cómo se
llama esa galería que es famosa que sale mucho por la tele? ¡Ay! La tengo en la
punta de la lengua… Christie’s, me parece que se llama.
¾
¡Ah, sí! Es una famosa casa de subastas
muy importante inglesa, fundada en el siglo XVIII, por James Chistie. Pero hoy tiene
sucursales en todos los continentes, ¡bueno! en África no sé, pero es muy
difícil subastar en ella a no ser que sea una obra consagrada. Y para pujar
debes de presentar buenos credenciales de galerista o coleccionista solvente. Montse,
nunca es tarde para aprender, solo es tener voluntad. Tenemos amigos catalanes,
que, si quieres, nos ponemos en contacto con ellos para que te den unas clases.
¾
Bueno tú dame el teléfono y cuando llegue
a casa, les llamo y les digo que voy de tu parte.
¾
Montse (Covadonga interrumpía hábilmente),
si les vas a llamar, mejor será que te digan también el apellido. Que Bernard
hay muchos, y aunque Madison no tanto, también los hay.
¾
Müller. Bernard Müller. Y mi colega es Madison
Hoffmann.
¾
Con doble n al final, que siempre lo
escriben con una, como si fuera inglés.
¾
¡Fíjate!, Hoffman con el actor americano
de Kramer contra Kramer.
¾
No Marina, ese es con una n al final y el
de mío es con doble n.
¾
¡Qué torpe! Si lo acabas de decir.
Después de ocho horas de
camino, con el rostro desdibujado por el cansancio, llegaban al pueblo de
Olaibar con la noche recibiéndoles a la entrada del pueblo. Madison se adelantó
unos pasos en busca de una posada donde pasar la noche. Los pies de las Damas pasaban
factura con un caminar más que pausado.
Ya en la posada, se daban
una ducha caliente y se ponían el ungüento, que la señora María, de
Roncesvalles, les había dado puesto que la próxima caminata sería más larga. Montse
ya pensaba en Pamplona, ciudad que acogía con sumo agrado a todo peregrino que
por sus calles pasaran. Su catedral y sus iglesias fortalecen la fe cristiana,
cuando las fuerzas del peregrino flaqueaban. Nobles navarricos, hospitalarios y
serviciales, que amparan al visitante.
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